“Medellín me sacó los demonios” – Una noche entre bandejas, perreo y sorpresas

Por: Lucas.

No sé si fue el clima, la gente o el guaro, pero desde que llegué a Medellín sentí que esta ciudad tenía algo distinto. Después de una semana de caminar por el Poblado, tomar metro cable en Santo Domingo y hablar con más desconocidos de lo normal, me armé de valor pa’ vivir una noche bien paisa. Me fui con unos parceros que conocí en el hostal a recorrer el famoso Parque Lleras, y parce… qué locura.

Primera parada: Restaurante con sabor a hogar

Entramos a un restaurantecito todo bonito con luces cálidas y sillas de madera, justo frente a un mural bien bacano. Apenas nos sentamos, nos llegó una muchacha con una sonrisa más grande que el plato que después me iba a comer. Me dijo “¿Qué más pues, mi amor? ¿Te antojás de algo bien sabrosito?” Yo no sabía si estaba en una cita o en un restaurante, pero me dejé llevar.

Pedí una bandeja paisa porque, hermano, ¿cómo vas a venir a Medellín y no probar esa delicia? Eso no era un plato, era un edificio. Fríjoles, arroz, carne molida, chicharrón, huevo frito, aguacate, arepa, tajadas… todo. Me lo comí con ganas, mientras sonaba de fondo un vallenato que hacía llorar hasta al aguardiente. “Esto está pa’ repetirlo”, dije entre mordiscos y risas con los meseros.

Segunda parada: El perreo no perdona

Después de comer y echarnos un par de shots, nos fuimos a un bar de reguetón que tenía más luces que un arbolito de Navidad. La fila estaba larga, pero como íbamos con una paisita que tenía pinta de conocer a medio Medellín, nos dejaron pasar de una.

Adentro era otro cuento: humo, DJs en tarima, gente bailando como si se les fuera la vida en cada canción de Karol G. Me pegaron una clase intensiva de perreo que todavía me duele la espalda. Bailé con una caleña, con una francesa, con una rola que me dijo que solo quería olvidar al ex. Yo solo decía “¡Parce, qué sabrosura de ciudad!”

Tercera parada: Un bar… diferente

Ya con el ambiente encendido, alguien del parche dijo: “¿Y si vamos a algo más… travieso?”. Yo, que soy curioso por naturaleza y ya iba por mi cuarto guaro, dije que sí sin preguntar. Terminamos en un bar swinger al que no le voy a decir el nombre, por respeto (y porque mi mamá capaz lee esto). Solo diré que desde la entrada ya sabías que ahí la cosa era seria.

Todo muy respetuoso, nada vulgar. Luz tenue, música suave y parejas que iban a lo que iban. Nos explicaron las reglas, y aunque yo solo fui a mirar con ojos de cronista, admito que me sorprendió el ambiente relajado. Nadie te obliga a nada, todo con consentimiento y buena vibra. “Aquí todo es sin misterio, papi”, me dijo un man mientras brindaba conmigo en la barra.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *