“Una noche de burlesque en Medellín: lo que no sabía que me estaba perdiendo”

Parce, le voy a ser honesto: cuando me dijeron “vamos a un show burlesque”, yo pensé que era algo parecido a un bar con bailarinas tipo Las Vegas, plumas y lentejuelas. No estaba tan lejos, pero tampoco sabía lo que me esperaba. Eso fue una noche de viernes, después de una semana bien jodida, cuando un par de amigas me dijeron que dejara de ser tan cuadriculado y me animara.
El sitio quedaba en Laureles, medio escondidito, con una entrada toda misteriosa, como de película. Apenas uno entra, eso es otro mundo. Luces rojas tenues, cortinas de terciopelo, mesitas con velitas encendidas y una música suave que lo va metiendo a uno en el cuento. Nada de vulgaridades, eso sí; era un ambiente elegante pero con ese picante que lo deja a uno medio desubicado… en el buen sentido.
Nos sentamos cerquita del escenario y me pedí un whisky, para calmar los nervios. Yo veía la gente y era una mezcla brutal: señoras elegantes, parches de amigos, parejas de todo tipo, todos ahí como en plan de disfrutar sin juzgar. Me sentía como en una película francesa, pero con acento paisa.
Y empezó el show.
¡Parce! No era solo baile. Era teatro, humor, picardía… y una seguridad de esas mujeres que uno se queda viéndolas embobado. Nada de mostrar por mostrar. Cada movimiento, cada gesto, tenía historia. Había una que salió vestida de secretaria, hizo una escena donde se iba despojando de todo mientras actuaba como si estuviera harta del jefe… y al final, el público estaba enloquecido, pero no por lo que se quitó, sino por lo que transmitió.
En medio del show, uno de los artistas —un man con pinta de actor de cine antiguo— se me acercó, me miró fijo y me dijo desde el escenario:
—¿Y este qué, está muy serio o muy tímido?
Todos se rieron y yo tragué saliva. Me tocó sonreír, levantar el vaso y jugarla con dignidad. Eso también es parte del parche.
Salí de ahí como hipnotizado. Fue una noche que me sacó de la rutina, que me recordó que uno puede disfrutar del arte, del cuerpo y del humor todo al tiempo, sin necesidad de irse al extremo. Me sentí como si hubiera viajado sin moverme de Medellín.
Y le digo algo, parce: el burlesque no es solo para los que “saben” de eso. Es para el que se deja sorprender, para el que se atreve a ver lo sensual como una forma de expresión, no como algo cochino o prohibido.
Así que si usted, como yo, cree que ya lo ha visto todo… dese la pasadita. Que Medellín tiene más magia escondida de la que uno se imagina.
