“Un almuerzo con vista al alma de Medellín” – Crónica de sabor en la Comuna 13
Por: Lucas.
Yo pensaba que ya había probado todo en Medellín: bandeja paisa, arepa con quesito, y hasta el famoso calentao de desayuno. Pero un parcero me dijo: “¿Ya fuiste a la Comuna 13, pues? Allá se come bueno y se ve bonito.” Y como uno en esta ciudad viene es a dejarse sorprender, armé plan pa’ hacer el Graffiti Tour y de paso buscar dónde almorzar bien sabroso.

El arte que se siente en el pecho
Desde que uno pone un pie en San Javier, la energía cambia. Subís por las escaleras eléctricas y es como si cada peldaño te subiera también el ánimo. La música en vivo, los niños bailando breakdance, los guías echando cuentos con acento cantado, y cada mural que te mira con ojos de historia viva. En la Comuna 13 no hay solo color; hay memoria, resistencia y una verraquera que se siente hasta en los grafitis.
Después de caminar una hora con la boca abierta y el corazón encendido, el cuerpo ya estaba pidiendo algo de cariño en forma de comida.

Un restaurante en lo alto y con alma
Nos recomendaron un restaurantecito escondido, con una vista que quita el aliento (y eso que ya veníamos sin aire de tanta subida). No tenía nombre lujoso, pero sí unas mesas de madera, sombrillas de colores, y una señora que apenas nos vio dijo: “¿Qué más pues, mis amores? ¿Se antojan de algo caserito?”
Yo vi un menú escrito en una pizarrita, con letra torcida pero honesta: Frijolada, arroz con chicharrón, lentejas, pollo sudado, limonada de panela. Pedí el arroz con chicharrón, que llegó en un plato hondo, con tajadas doradas, ensaladita fresca y una arepa pequeñita, como pa’ no perder la costumbre. Parce… eso sabía a hogar.
Mientras comía, escuchaba salsa suave de fondo, veía a los turistas tomar fotos con los niños artistas, y al fondo, la ciudad extendida como un tapiz. Y pensé: ¿Cómo una zona que vivió tanta cosa tan dura puede hoy servir una comida con tanto amor?

Más que un almuerzo, una lección
No fue solo la comida. Fue la charla con la señora del restaurante, que me contó que antes ni se podía subir por allá. Que ahora cocinaba para extranjeros, pero también para los vecinos. Que cada plato tenía una historia. Que el arroz con chicharrón que me estaba comiendo, era receta de su mamá.
Salí con la barriga llena, pero el alma aún más. Me tomé una última limonada de panela mirando al horizonte, y pensé que este era el verdadero sabor de Medellín: el que mezcla lucha, arte, sazón y esperanza.
Así que si vienen a la Comuna 13, vengan con hambre. Pero no solo de comida, sino de escuchar, mirar, respetar… y, claro, probar lo que esta gente tan berraca tiene pa’ dar.
