La primera vez que fui a un bar swinger en Medellín
Parce, le voy a contar una historia que todavía me saca una sonrisita maliciosa cada que la pienso. Nunca en la vida me imaginé metido en un cuento de esos, pero vea… uno nunca sabe hasta dónde lo lleva la curiosidad y un par de guaros de más.
Todo empezó un viernes por la noche, en El Poblado, después de salir del trabajo. Estaba parchando con un parcero que siempre ha sido más lanzado que yo. El man me soltó así, de una:
—¿Y si vamos a un bar swinger?
Yo me le reí en la cara, creyendo que era recocha, pero no, el man hablaba serio. Me mostró el lugar en Instagram y todo, se veía elegante, con luces tenues, buena música, y un ambiente más bacano que el del típico bar de reggaetón.

Después de tanto joderme, acepté. Me dije: “Pues qué hijue… una vez no hace daño”. Llegamos como a las 10 p. m. El sitio quedaba medio escondido, nada de avisos grandes ni luces neón, muy discreto, eso sí. Tocamos el timbre, nos abrieron, y ¡ay,juepucha! Desde que uno entra, sabe que la cosa va en serio.
Nos recibió una mujer súper simpática, con una sonrisa que lo dejaba a uno más nervioso. Nos explicó las reglas del sitio —porque sí, esto no es una orgía a lo loco, tiene su código—: respeto ante todo, nada de grabar ni de ser imprudente, y que todo debe ser consensuado. Yo estaba que me meaba del susto, pero fingí tranquilidad.
El ambiente era rarísimo y fascinante a la vez. Había parejas bailando, otras tomándose algo en los sofás, algunas ya entraditas en confianza… usted sabe. Nadie se escondía, pero tampoco era una vulgaridad. La vibra era sensual, no vulgar. Lo más loco era ver a todo el mundo tan relajado, como si llevaran años en eso.

Nos sentamos a tomar un ron, y yo pensaba que no iba a hacer nada, solo mirar. Pero vea, empezamos a hablar con una pareja muy amable, muy open mind, que se notaba que sabían del cuento. Terminamos bailando los cuatro, echando cháchara, y de a poquito, se fue calentando el ambiente.
No voy a entrar en detalles, porque lo que pasó allá se queda allá, pero sí le digo esto: fue una experiencia que me tumbó muchos prejuicios. No se trata de «infidelidad» ni de «locuras» como cree uno desde afuera. Es otro nivel de confianza, de explorar sin juzgar, de disfrutar el cuerpo y el deseo sin culpa. Claro, si uno sabe a lo que va y con quién.
Salí de ahí como a las 3 de la mañana, con la cabeza hecha un nudo y una sonrisa que me duró hasta el lunes. Y desde entonces, vea… no volví, pero ya no lo veo con los mismos ojos. Si me preguntan si lo recomiendo, yo digo: sí, si va con respeto, sin morbo barato y dispuesto a aprender de ese otro mundo que muchos ni siquiera se atreven a mirar.
Porque en Medellín, parce, también hay espacio pa’ lo diferente. Y eso también es parte del parche.
