Nunca pensé que diría esto en voz alta, pero el viernes pasado fui a un bar swingers. Sí, así como lo oyes. Todo empezó como una charla entre copas con nuestra pequeña pandilla de amigos: Laura y Nico, los más desinhibidos; Clara, que siempre actúa como si nada la sorprendiera; y nosotros, yo y Martín, mi pareja desde hace seis años.

La idea surgió medio en broma, como tantas otras veces. “¿Y si vamos a uno solo a ver qué onda?” dijo Nico, con esa sonrisa de tipo que ya sabe lo que quiere. Nos reímos todos, pero al final, entre risas y desafíos, terminamos con una cita agendada: viernes, 22:00, en un bar discreto del centro que prometía “una experiencia sensorial diferente”.



Recuerdo que me vestí más de lo que normalmente haría para salir. Ni tan provocativa, ni tan recatada. Martín se veía nervioso pero curioso. Al llegar, lo primero que notamos fue la música: suave, con un ritmo envolvente que parecía marcar el pulso del lugar. Luces bajas, risas dispersas, y un ambiente donde nadie parecía tener prisa.

Nos recibió una mujer sonriente que nos explicó las reglas del lugar con la naturalidad de quien te lee un menú. Consentimiento, respeto, señales claras. Me relajó saber que todo estaba bastante más organizado de lo que imaginé.

Entramos y nos sentamos en una mesa redonda con nuestros amigos. Pedimos tragos, hablamos como cualquier noche de bar, pero con esa electricidad en el aire. Había parejas bailando, otras solo charlando, y sí, algunas ya más… conectadas. Era como estar en una película, pero siendo parte del elenco.

No sé si fue el vino, la música, o simplemente la sensación de estar rompiendo un pequeño tabú, pero empecé a ver a la gente y a Martín de otra forma. Clara fue la primera en levantarse a bailar con alguien más. Nico la siguió poco después. Yo solo miraba a Martín, y él me miraba como si estuviéramos compartiendo un secreto.

No voy a decir que pasó de todo esa noche. Pero sí diré que salimos del bar tomados de la mano, más conectados, riéndonos como adolescentes, con la certeza de haber vivido algo distinto, íntimo, y hasta liberador.

Y sí, ya estamos planeando cuándo volver.

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